- FOTOS DE RESTAURANTES: UNO FRANCÉS (MOSTRANDO LA PUERTA) Y OTRO GRIEGO (MOSTRANDO EL TECHO LLENO DE CORAZONES) EN EL BARRIO LATINO DE PARÍS -
La verdad es que yo no quería ir. Me daba pánico volar, me repateaba tragarme un curso de algo que no me interesaba a priori en un lugar lleno de informatiquinquis internacionales de los que juegan a ser el más listo de su calle, sobre todo ante el resto de la Humanidad.
Pero mi jefa decidió que tenía que ir, y allí que me fui.
El pimpollo me ayudó a organizar todo lo necesario para el vuelo, y la verdad, es que excepto meterse en el avión en mi lugar, me lo hizo todo muy fácil (la T4 no es tan desesperante y, si vas con tiempo y si no hay retrasos o historias, todo va bien,... y es bonita).
Y cuando me quise dar cuenta estaba en la ciudad de la luz (eso sí, llegué de noche) pasando en taxi por donde se mató Lady Di y viendo la torre Eiffel iluminada y hermosa.
El curso fue mejor de lo que esperaba; estar con mi compañero (me mandaron allí con un chico de Barcelona) menos traumático de lo que esperaba e incluso agradable (es majete la criatura), y conocer a los de IT de las oficinas de Europa del este, impresionante. Mientras que los italianos iban con la patilla marcada, la cara pulida de after shave y unos maletones enormes (y eso que eran 3 días la estancia) el chico ruso llevaba una mochila de las del cole de toda la vida (me imaginaba a una madre rusa metiéndole la "muda" de calzoncillos, un jersey y unos calcetines de rombos) y los españoles pues... no, no fuimos los más sociables ni los más dicharacheros, ni siquiera los más fiesteros, ya que el polaco se llevó al palma y apareció el segundo día con la misma ropa que llevaba el primero, pero arrugado y oliendo a humazo que era un gusto, o sea, que ni había pasado por el hotel. Dónde estuvo es un misterio, pero se le veía contento y feliz al muchacho.
La ciudad, preciosa. La gente, bueeeeeeeeeeeeno, lo más inquietante es que cuando volvíamos hubo un aviso de bomba en nuestra terminal y como por megafonía sólo hablaban en francés (no vaya a ser que el resto de la Humanidad se entere de algo de lo que dicen) no nos enteramos de nada hasta que un trabajador del aeropuerto nos lo explicó por señas (y un gesto de algo fgrande con un "boom" no es nada tranquilizador, joer)... en fin, esos detalles cuando no estás en tu país, te aterroriza volar y no sabes francés, digamos que son importantes, por no decir fundamentales, para conservar la cordura y no perder el vuelo, la calma y hasta los nervios...
La noche que salimos de fiesta acabamos en el barrio latino, en un restaruante griego con corazones y platos rotos por todas partes. Luego fuimos de copeo a un antrejo curioso. Y la verdad, tal vez en Madrid o en Barcelona haya sitios más glamourosos y menos caros, y todo eso está muy bien, pero han sido tres días en los que he roto con mi rutina diaria, y parece que ha sido un balón de oxígeno para mi persona, mi autoestima y mi paciencia... que buena falta me hacía, oiga.
Y ahora de vuelta en Madrid, que ya echaba de menos al pimpollo, y echaba de menos mi casa, dormir calentita (en el hotel hacía mucho frío) y comer comidas decentes (manda cojones que en París haya comido peor que en toda mi vida).
Por lo demás, he roto platos, me he quitado mucha timidez del cuerpo, he conocido a un ruso de esos que son superdotados, he roto una cama en el hotel, me he dormido en una bañera, me he sentido como Audrey Herpburn en "Desayuno con diamantes" cada vez que pasaba por los escaparates de Cartier (bueno, era Cartier y no Tiffani's, y yo no iba vestida como Audrey ni de lejos, pero la soledad de la mañana, y las esmeraldas y diamantes de los escaparates tenían su aquel), he "pitado" en los arcos de seguridad del aeropuerto, me han chillado en francés, he chillado en inglés y en español, me he topado con una manifestación de bomberos, y he llorado como una lechona al despegar y ver las luces de París, he comido comida asquerosa y fría y magadalenas esponjosas y riquísimas, he hecho fotos extrañas de mis pies en la moqueta y de los gambones del restaurante griego.
Me lo he pasado bien.
Y... me han pedido matrimonio por teléfono.
Supongo que 1000 kilómetros de distancia pueden influir para que uno se arriegue a tomar decisiones trascendentes en su vida... yo aún no he decidido nada, o tal vez sí.
De momento, trato de reponerme de la vuelta a Madrid y del cansancio acumulado y trato de disfrutar de lo que tengo aquí y que he echado tanto de menos.